...También las casas me son conocidas.
Cuando voy por la calle parece que cada una de
ellas me sale al encuentro, me mira con todas
sus ventanas y casi me dice: «¡Hola! ¿Qué tal?
Yo, gracias a Dios, voy bien, y en mayo me
añaden un piso. » O bien: «¿ Cómo va esa salud? A mí mañana me ponen en reparaciones.»
O bien: «Estuve a punto de arder y me llevé un
buen susto.» Y así por el estilo. Entre ellas tengo mis preferidas, mis amigas íntimas. Una de
ellas tiene la intención de ponerse en tratamiento este verano con un arquitecto. Iré de propósito a verla todos los días para que no la curen al
buen tuntún. ¡Dios la proteja! Nunca olvidaré lo
que me pasó con una casita preciosa pintada de
rosa claro. Era una casita adorable, de piedra, y
me miraba de un modo tan afable y observaba
con tanto orgullo a sus desgarbadas vecinas
que mi corazón se henchía de gozo cuando pasaba ante ella. Pero de repente, la semana pasada, cuando bajaba por la calle y eché una mirada a mi amiga, oí un grito de dolor: «¡Me van a
pintar de amarillo!» ¡Malvados, bárbaros! No
han perdonado nada, ni siquiera las columnas o
las cornisas; y mi amiga se ha puesto amarilla
como un canario. A mí casi me dio un ataque
de ictericia con ese motivo. Y ésta es la hora en
que no he tenido fuerzas para ir a ver a mi pobre amiga desecrada, teñida del color nacional
del Imperio Celeste.
Así, pues, lector, ya ves de qué manera conozco todo Petersburgo.
FIODOR DOSTOIEVSKI
NOCHES BLANCAS