Al subir a
acostarme, mi único consuelo era que mamá habría de venir a darme un beso
cuando ya estuviera yo en la cama. Pero duraba tan poco aquella despedida y
volvía mamá a marcharse tan pronto, que aquel momento en que la oía subir cuando se
sentía por el pasillo de doble puerta el leve roce de su traje de jardín, de
muselina blanca con cordoncitos colgantes de paja trenzada, era para mí un
momento doloroso. Porque anunciaba el instante que vendría después, cuando me
dejara solo y volviera abajo. Y por eso llegué
a desear que ese adiós con que yo estaba tan encariñado viniera lo más
tarde posible y que se prolongara aquel espacio de tregua que precedía a la
llegada de mamá.
MARCEL PROUST
EN BUSCA DEL
TEMPO PERDIDO
TOMO 1
POR EL CAMINO
DE SWAN
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